Por Mª de la Cruz Blanco Velasco
A menudo olvidamos desde las posiciones más técnicas la inseguridad que nos causa no entender el entorno. Salir del metro y no saber dónde tomar un bus, no localizar los cajeros automáticos o quedarnos sin batería en el Smartphone. Y es que lo más insignificante puede convertirse en imprescindible según las circunstancias.
En determinadas ocasiones ignoramos que nuestras capacidades merman circunstancialmente como, por ejemplo, tras un largo vuelo, una intensa caminata, o un gran paseo en bicicleta. Y entonces, lo obvio deja de ser obvio, la cartelería empieza a ser escasa y la información, que en otras ocasiones estaba clarísima, ahora pasa a un tercer plano rodeado de confusión. Pero ¿se trata de un problema de percepción?, ¿de repente perdemos capacidad?, ¿es real este hecho o una ilusión óptica?. Quizás sea más real de lo que podemos imaginar, y es que, en multitud de situaciones, nuestras destrezas cambian, duermen o descansan para pasar a ocupar a nuestro cuerpo y mente en otras tareas más necesarias en ese preciso instante.
Para comprender este fenómeno cotidiano, es interesante analizar el caso de una situación cotidiana como puede ser el uso de un Hospital, y analizar comparadamente dos situaciones bastante familiares para todos, tales como ir un día enfermos al mismo o bien, acompañar a alguna persona que lo esté. En el primer caso nos será relativamente sencillo deambular por el edificio y alrededores si la señalización es óptima, entender las indicaciones que existan, o las que nos faciliten en información, y así encontrar la consulta que buscamos o cualquier otro servicio, en cambio, si los enfermos somos nosotros y no tenemos la suerte de llevar acompañante, será fácil percibir, que una simple fiebre o estado anímico decaído puede influir intensamente en nuestra comprensión de los recorridos por el edificio. Tanto es así, que quizás tras pedir indicaciones, más de una vez, acabemos por no encontrar la nombrada puerta del doctor que buscamos, los aseos o la sala de radiología.
Lo importante es comprender que la persona será siempre la misma, sólo sufre una alteración temporal de sus capacidades, pero esta circunstancia podría pasar desapercibida si en la concepción y proyecto de dicho edificio y su entorno se hubieran tenido en cuenta los principios del Diseño universal. De ahí surge el conocido lema que dice: “si el medio es accesible tú decides”.
Igualmente, y en la línea de los casos cotidianos ahora nos situamos en los vinculados con el ocio. Y para ello sólo es preciso imaginar una intensa tarde de compras por algún centro abierto. Al comienzo de la jornada somos capaces de encontrar todas las tallas y colores que deseamos, ver los precios y esperar las largas colas de espera sin trabajo alguno. Pero a medida que avanza el día, nuestro nivel de atención desciende y nos va siendo muy complicado ir encontrando la prenda que buscamos, y, más aún a veces, saber lo que cuesta, y esto no sólo se debe al cansancio, sino a que en ocasiones las tipografías de esos textos son pequeñas, las etiquetas están muy escondidas, las estanterías están muy altas, y la luz del establecimiento nos cansa la vista o es escasa, por lo que, difícilmente, conseguiremos ver dichos datos si tenemos alguna discapacidad visual.
Estas analogías sencillas tratan de poner de manifiesto cómo a veces nos cegamos con diseños espectaculares que de un modo incomprensible no han pensado en las personas que deberán usarlos, habitarlos, compartirlos, recorrerlos, leerlos, abrirlos, mirarlos. Es una revolución el volver a encender la luz a lo humano para descubrirnos entre las tinieblas en las que nos estamos moviendo. Y todo se traduce en un conocimiento de las variedades que plagan la vida y que pueden ser llamadas discapacidades, minusvalías, debilidades, y de mil modos pero que no son más que formas de habitar perfectamente aprovechables para optimizar los entornos que nos envuelven.
Resulta imprescindible conocer los comportamientos humanos para diseñar los entornos y la propia ciudad, sólo ante un profundo estudio de la diversidad en el uso de lo urbano entenderemos el diseño de lo humano.
Una luz puede ser cegadora o asfixiantemente pobre bajo circunstancias atmosféricas adversas, en cambio desde el punto de vista del diseño siempre será «ideal» tras la representación hecha en una pantalla de computadora. Quizás, ignoramos que el mundo está vivo, y la respuesta a la vida no siempre estará llena de brillo, puede que luzca con muchos brillos que apaguen miradas con cataratas u oscurezcan más la noche a personas con baja visión.
El reto de la habitabilidad de los entornos, de los espacios y de los ambientes pasa porque los mismos se adapten a las necesidades de quienes los utilizarán, contemplando para ello multitud de variables de uso que puedan determinar parámetros y más parámetros distintos que ayuden a contemplar la mayor variedad de personas posibles. Estos rangos muchas veces son inimaginables, existen situaciones de todo tipo que habilitan o inhabilitan a un mismo ser humano, pero de lo que no cabe duda es que hay características básicas que son universales.
No será posible exigir que los técnicos conozcan todas las características de todas las personas que pueblan la tierra, dado que hablaríamos de entelequias difícilmente abarcables, pero sí se puede solicitar la empatía por el ser humano, el mirar alrededor e imaginarse en distintas situaciones y momentos de la vida, observar a los familiares de edades distintas y considerar que lo que nos hace únicos nos enriquece y, por tanto, tratar de homogeneizarnos es perder la identidad por la que luchamos.
Hasta la luna más menguante puede dar luz si estamos en la cara oportuna
Por todo ello, ni por exceso ni por defecto debemos pensar y re-pensar lo humano como propio, como mío y como yo mismo habitando, para proyectar la urbe que sueña sin brillar y brilla sin deslumbrar.
Me pareció excelente artículo. Es importante subrayar que la importancia de un diseño empático nos da lugar a poder crear espacios accesibles.