
El pasado tres de diciembre se llevó a cabo por única ocasión el performance Cuerpo no cuerpo, de los artistas mexicanos Jésica Elizondo y Manuel Estrella, en el Memorial del Centro de Cultura Digital.
Dicho encuentro forma parte del programa El sonido que atraviesa, que integra proyectos in situ de experimentación sonora y artística. La curaduría fue realizada por Sally Montes y Rogelio Sosa.
Se utilizó la acción performática para explorar las múltiples posibilidades de interacción con cuerpos humanos y no humanos. En donde materiales como el plástico, la luz, el color y el cuerpo humano, fueron los protagonistas en el diálogo potenciado por la sinestesia del sonido y su respectiva iluminación.
La experiencia se adentró en un espacio en blanco donde no había más que columnas y silencio absoluto. Las variadas tonalidades blancas envolvieron el entorno del Memorial, en un vacío pausado que fue corrompido por el sonido provocado por la fricción entre el micrófono y las extremidades de Jésica.
Al inicio, su cuerpo se iluminó por una luz rosa desprendida de un tripié que marcó un límite entre ella y el público. Un límite que resaltó su cuerpo, cuyo sonido llenó el espacio de un ruido ensordecedor por el movimiento de otro cuerpo que se fue acercando a la escena en cuestión.
El cuerpo de Manuel se desplazó de un extremo al otro, coordinando el sonido gutural con el ruido provocado por el micrófono que Jésica movía por toda la mesa.








La textura rugosa de aquella superficie plana desprendió un sonido cuyo eco se esparció por todo el lugar. Los artistas caminaron hasta llegar al otro extremo del Memorial, donde se sentaron alrededor de una mesa, mientras el espacio se empezó a oscurecer.
Sus cuerpos se alumbraron por dos luces en tonalides cálidas y frías respectivamente. La potencia de la luz permitió proyectar las sombras generadas por la corporalidad de los artistas, y el diálogo que entablaron con el material en cuestión: plástico.
Plástico que envolvió una rigidez, causando un sonido amplificado por los micrófonos. El tacto de los dedos fue marcando la transparencia del material, mientras se iluminaba en el fondo.
















Tras aquella acción, los artistas desenvolvieron un plástico que arrastraron por todo el espacio. Las luces proyectaron dos círculos que encerraron sus cuerpos, mimetizando el movimiento que dependía de la iluminación para formar sombras de lo cristalino del plástico.
Alrededor de las columnas, había una mesa y distintas luces de colores que potenciaron la vida del plástico. El mismo que fue alterado por el movimiento del aire que lo obligó a girar sobre su propio eje.
El diálogo entre los artistas y el material los llevó a fundirse en un sólo cuerpo, dibujando en el aire las acciones desempeñadas por su corporalidad.












Finalmente, al otro extremo se encontraba una mesa con dos esculturas de plástico proyectadas por una composición de luces en tonalidades moradas, amarillas, azules, rosas y verdes. El movimiento era provocado por la luz y su potencia, la cual vislumbró por las variadas formas orgánicas y paisajes lumínicos, creando una experiencia inmersa en el intercambio experimental entre las diferentes posibilidades de accionar un cuerpo.
La presente experiencia sensorial fue una gran propuesta artística, cuya exploración logró cuestionar de qué otra manera sería posible relacionarnos con la luz, los objetos y nuestro propio cuerpo.