Los últimos días del año implican una ola turística masiva para las calles de Berlín. Restaurantes, bares, tiendas, museos – todas las atracciones de la capital alemana estaban reventando de gente lista para celebrar. Por supuesto, la aclamada exhibición permanente del artista multimedia Christopher Bauder no se podía quedar atrás.
Y es que fue difícil encontrar una ventana de tiempo donde las entradas no estuvieran agotadas. Lichtenberg es un barrio famoso de la zona oeste de Berlín, conocido por su vida nocturna. Pero a las nueve de la noche, al bajarnos del tranvía, era claro que todos compartíamos un mismo destino. Un simple letrero marcaba con una flecha el camino a la entrada: Dark Matter. Aquí una larga fila de espectadores, todos ansiosos por descubrir lo que ha vuelto a esta experiencia tan popular desde su inauguración a mediados del 2021.





Ahora, unas cuantas indicaciones: hay siete instalaciones lumínicas, pero tan solo una hora para completar el recorrido. No se puede ingresar bebidas a las salas de exposición. Pero, sobre todo, está prohibido hacer fotos o videos con flash.
Al no ser un recorrido guiado, Dark Matter permite a sus visitantes decidir en qué orden desean observar las obras y cuánto tiempo quieren dedicarles a cada una. Fuera de las salas de exhibición se encuentra un pequeño bar al aire libre donde se puede consumir desde refrescos hasta glühwein, el clásico vino caliente alemán tan característico de las épocas navideñas.
Seguramente algunos se sentirán familiarizados con el trabajo de Bauder. Quizás hasta hayan tenido el placer de asistir a su exhibición Skalar, la cual Iluminet tuvo el placer de visitar en CDMX durante su tour mundial en el 2019. Pero este nuevo proyecto de Bauder y su estudio de arte y diseño, WHITEvoid, lleva más allá la combinación de arte lumínico y las experiencias inmersivas. Entre coreografías de luz, colores y elementos interactivos – cada sala ofrece una atmósfera única de deleite audiovisual, acompañadas por la composición musical de Boris Acket, KlingKlangKlong, Robert Henke y Gianluigi D’Autilia.
Detrás de una cortina negra se encuentra la primera instalación, «Liquid Sky«. Con tan solo entrar a la sala me siento en una simulación virtual. El cuarto, a pesar de ser pequeño, parece ser enorme debido a los espejos que cubren sus paredes y generan un efecto de infinidad. Los vidrios en el techo crean el aspecto de un cielo estrellado, cuyas luces parpadeantes y de movimientos fluidos parecen brillar como si fueran reflejadas en el agua.
800 puntos individuales de luz forman una superficie tridimensional. Estos pequeños paneles cuadrados son animados por el software KINETIC LIGHTS para imitar los fluidos movimientos de la naturaleza. Un efecto kaleidoscopico que torna este cielo a una oleada de luz líquida, tal y como lo dice el nombre de la instalación.
Las primeras tres instalaciones de la exposición se encuentran en un mismo edificio y están acompañadas por el mismo soundtrack de Acket, lo cual genera una sensación de continuidad y fluidez.
El primer cuarto se llena rápido y decidimos avanzar a a siguiente sala. Aquí la gente se mueve menos, pues no hay tanto espacio. Unos cojines en el suelo permiten a varios sentarse y admirar el espectáculo. Consigo un puesto y me siento, embobada por la música y los movimientos.
«Inverse» es probablemente la instalación más famosa del momento, apareciendo muy seguido en redes sociales como Instagram o TikTok. Monocromática, orgánica, volátil e intrigante. Esta combinación de 169 esferas negras colgadas desde el techo y moviéndose con tanta fluidez como si de un organismo vivo se tratara.
Y ese es exactamente el efecto que Bauder quiso crear: una figura sincronizada, semejante a una parvada de cuervos volando por los cielos claros. El movimiento cambia con la música: a veces flotan con calma, otras se dispersan abruptamente, o se mueven frenéticamente hasta caer con todo su peso.
Swoosh. Swoosh. Un destello de luz. Y entonces se encienden por completos, con una gama cálida de colores. La luz viene y se va con rapidez, como si pasara corriendo y huyera inmediatamente. «Circular» es la última parte de este tríptico musical, culminando con la coreografía de tres anillos de luz.
Sus aros de metal se encuentran cubiertos, tanto en el borde interior como en el exterior, de tiras LED cuyos colores, intensidad y movimiento de la luz son controlados por el mismo sistema de KINETIC LIGHTS. En plena oscuridad de la sala, solo se observa el movimiento de los anillos. Suspendidos en el aire por cables, intercambian lugares y se mezclan entre sí al son de la banda sonora, ofreciendo un baile interesante para el espectador.












Hay que salir del edificio para ingresar a la siguiente exposición. Pasando rápidamente por el bar, nos adentramos en la instalación más acogedora de todas. «Bonfire» recrea la mágica experiencia de una fogata bajo un cielo estrellado – a una escala mucho más grande también que cualquier fogata real. Una instalación tridimensional de cinco metros de altura, compuesta por 162 luminarias y más de 20 mil puntos de iluminación individualmente controlables.
Asientos reclinables se encuentran posicionados al rededor de la fogata. No dudo ni un segundo en apañar el primer lugar libre que encuentro y me sumerjo en la experiencia digital. Gracias a la calefacción de la sala y aquella proviniendo debajo de la instalación, se siente realmente como una fogata. Se escucha el fuego crujir e incluso cambiar de intensidad a ratos, como si se le hubiera lanzado otro pedazo de leña. La luz cálida se mueve, siempre hacia arriba como verdaderas llamas. Observo con curiosidad como vapor emana de entre las luminarias, simulando el humo de una hoguera. En el techo, cientos de luces cuelgan y se mueven deliberadamente, acercándose a los espectadores y con un brillo intermitente como si de luciérnagas se tratare.
A pesar de su simplicidad, tengo que admitir que esta obra me gustó tanto que perfectamente habría podido pasar horas contemplándola.




Pasamos de la relajación a la actividad. Al llegar a la siguiente sala, nos encontramos con una figura muy similar a un iceberg y varias personas trepadas sobre él. Un letrero nos pide quitarnos los zapatos y ya podemos acercarnos. «Polygon Playground«, como lo dice su nombre en inglés, es como un patio de juegos para el público.
Una proyección de 360 grados cubre la superficie entera del polígono, dando la impresión de que el suelo se moviera como agua, cambiando constantemente. Pero lo más interesante es su aspecto interactivo, puesto que la proyección reacciona al toque humano a través de sensores en la escultura. De esta forma se generan nuevos puntos de enfoque y la trayectoria de las luces proyectadas cambia en torno a la presencia de las personas. Los efectos de sonido reproducidos por HOLOPLOT también se alteran con cada toque.
La primera versión de esta obra se desarrolló por primera vez en el 2008 y ha sido parte desde el 2012 de la exhibición permanente del Museo de Ciencias de Daegu en Corea del Sur.












El tiempo pasa rápido cuando te diviertes, y pronto nos toca avanzar. La atmósfera en el siguiente salón es completamente diferente. Los colores son intensos y la música envolvente. Es como si entraras a una nueva dimensión.
«Grid» es una instalación cinética compuesta por triángulos de tubos de LED suspendidos en el aire, formando una escultura geométrica cuyo color cambia al son de la música electrónica que acompaña su exhibición. Me acuesto sobre una colchoneta y me uno a la experiencia, quedando tan hipnotizada como el resto. Una vez que la escultura invade tu campo de visión, se acercan tanto las luces que me sentía como si yo estuviera flotando hacia ellas. Una experiencia realmente inmersiva.




Lentamente salimos del trance para llegar a la última sala. Hay que nuevamente salir del edificio y formarnos en una fila frente a un pequeño contenedor. Solo pueden entrar cuatro personas a la vez, pero avanza rápido. Con la puerta cerrada, solo se pueden escuchar risas y gritos de asombro. ¿Qué se encuentra ahí adentro? ¿Cómo finaliza este recorrido? Lo que encontramos no era lo que esperábamos.
Un cuarto vacío salvo por las dos escaleras metálicas en el medio. Cuando el grupo anterior a nosotros las abandona, las luces se apagan y el cuarto queda en completa oscuridad.
Curiosos, nos acercamos a tocar la escalera y vuelven los colores.
La magia de «Tone Ladder» está en sus sensores. Al tocar escalones o al treparse en la escalera, ésta se convierte en un instrumento musical con una banda sonora única en cada visita. Una tira LED bordea la habitación, conectada a los mismos sensores que la música y cambiando de color con cada combinación sensorial. Ritmos y tonalidades chocan entre sí mientras más gente toque la escalera, creando una experiencia divertida y singular para los visitantes. Sin duda, la parte más entretenida de la exposición y un gran final para esta visita.
Una experiencia diferente, de la cual todos salimos contentos y animados. Dark Matter es definitivamente un parada obligatoria para todos los amantes de la luz que pasen por la capital alemana.