En la prinera parte de esta nota, que puede consultar dando click aquí, hablamos acerca de cómo la iluminación y la electricidad llegaron a la Ciudad de México y los primeros proyectos que se realizaron para hacerla llegar a espacios públicos cercanos al primer cuadro de la capital mexicana. En esta entrega, hablaremos del impacto que causó en la sociedad de la ciudad la iluminación instalada, además de la forma en cómo se comenzó a alumbrar los tres principales barrios suburbanos de la época: San Ángel, Tlalpan y Mixcoac.

San Ángel
Fue la primera población suburbana que estrenó el alumbrado público el 18 de enero de 1901. El presidente del entonces ayuntamiento de la municipalidad de San Ángel (hoy, alcaldía Álvaro Obregón), Eusebio Gayosso, se trasladó al lugar junto con la alta sociedad de la capital en dos tranvías eléctricos que salieron de la Plaza de la Constitución.
Posteriormente, la celebración de la llegada de la luz se celebró en el jardín de San Jacinto, donde se construyeron pabellones especiales para los generadores de luz. Se instalaron 30 lámparas de arco y 100 focos incandescentes. La electricidad que alimentaba la iluminación en el jardín, también comenzó a alimentar las fábricas de papel de Loreto y Peña Pobre. La fiesta culminó con un vals y sandwiches, alimento extravagante y considerado un “delicatessen” de la sociedad porfiriana.
Tlalpan
Casi tres meses después de la inauguración del alumbrado de San Ángel, Tlalpan instaló sus primeras lámparas incandescentes y de arco el 1o. de marzo de 1901 en una fiesta a la que acudió el gobernador del entonces Distrito Federal, Ramón Corral. Para ello, se entregó la instalación de 150 lámparas que se encendieron después de las 7 de la noche, tras lo cual se sirvió “un ligero lunch” y se celebró con fuegos artificiales y un baile que se extendió hasta casi la medianoche.








Mixcoac
Solamente dos días después del festejo en Tlalpan, Mixcoac también inauguró su iluminación pública, en el que Ramón Corral fue invitado a “abrir las llaves de la luz” de la mano de las madrinas del evento, que eran las damas de las familias más distinguidas de la ciudad. Mixcoac estrenó 146 lámparas eléctricas en una fiesta que se prolongó hasta el amanecer, evento que era raro para la época. Sobre ello hablaremos a continuación.




El inicio de la vida nocturna y el alumbrado público en la vida citadina.
Hacia el año 1900 y durante el primer cuarto del siglo XX, la llegada de la luz y de la electricidad rompió con el orden abrumador de la noche, en la que incluso, la oscuridad infringía temor a la población; la sociedad de esa época, como auténticos transgresores de los límites que por años familia y naturaleza imponían, no tardaron mucho en “inventarse” cosas por hacer una vez que la noche ya no era un impedimento para realizar actividades. Si bien, en años anteriores eran muy conocidas las “veladas”, llamadas así por ser reuniones o eventos realizados en las noches tenuemente iluminadas por las luces de las velas, con la llegada de la lámpara incandescente mucha gente transformó ese nombre a manera de chiste, modificándolo a “focadas”, por ser el foco protagonista de estas reuniones.




Como era de esperarse, la sociedad adinerada del momento era la principal beneficiada de las ventajas de la naciente vida nocturna de la Ciudad de México, en la que no sólo había fiestas, también destacaron los conciertos y las obras de teatro en recintos importantes del centro de la ciudad. El horario de actividades nocturnas se extendió de las 8 a las 10 de la noche. Los lugares iluminados pasaron a ser símbolo de estatus social alto y lujo, pero además, mostraba seguridad, pues alejaba a los sin techo, amantes de lo ajeno y personas de vida indecorosa. La luz de los focos no solo dividió la ya de por sí dividida sociedad del inicio del siglo, sino que también dividió las jornadas en dos: las diurnas, en donde todos trabajan, y las nocturnas, donde las personas con dinero se divertían y las personas pobres solo miraban a la distancia, a oscuras y con horario limitado, pues debían dormir antes de comenzar otra jornada de trabajo.




La iluminación en el comercio
Para el año 1905, el alumbrado de la Ciudad de México se había extendido hacia regiones lejanas para la época. Barrios como Tacuba, Tacubaya, Coyoacán y Azcapotzalco, además de las colonias Guerrero, Santa María La Ribera, San Cosme, San Rafael, Valle Gómez, Morelos, la Calzada de Guadalupe y las zonas aledañas a la Basílica y la calzada San Antonio Abad y Santa Cruz Acatlán contaban con luz nocturna y algunas personas se habían adueñado de un poco de esa luz para sus propias casas, pues al aumentar la capacidad de producción de energía gracias a la presa Necaxa y expandir las inversiones y concesiones a las compañías Siemens y Halske, la Compañía Mexicana de Gas y Luz Eléctrica (CGLE) y la Mexican Light and Power Company, se podía asegurar un mayor abasto de energía eléctrica, dando capacidad de iluminar algunos hogares de las primeras zonas que habían recibido su alumbrado público.




No obstante, los hogares no fueron los únicos beneficiados. Los comercios ubicados en el centro de la Ciudad de México también empezaron a verse beneficiados por la novedad tecnológica de la luz eléctrica y le sacaron el mayor provecho posible.
Tras el inicio de la producción en masa del acero en 1850, la extensión de la energía eléctrica y de la luz a finales del siglo XIX y la marcada influencia del Art Nouveau en técnicas para hacer vitrales notoriamente más grandes, en México, los comercios también comenzaron a tener una notoria división de categorías de la misma forma que la sociedad se dividió en clases en tanto que muchos competían no tanto en vender, sino en lucir sus lujosas instalaciones y, por supuesto, ver quién tenía más iluminación e innovaciones tecnológicas en su estructura, la mayoría de las veces, claramente afrancesada.
Los grandes almacenes
Para 1908, en la capital mexicana existían 9 principales almacenes para las clases altas y medias de la sociedad: El Palacio de Hierro, El Puerto de Liverpool, La Francia Marítima, El Centro Mercantil, La Sorpresa y Primavera Unidas, Las Fábricas Universales y La Reforma del Comercio. Aún cuando existieran más almacenes, eran éstos los que más clientela atraían por una simple razón: la mezcla del vidrio y la luz.
Los grandes almacenes, además de tener una arquitectura y diseño interior impresionantes y albergar auténticas obras maestras del Art Nouveau de la época, el concepto actual del window shopping fue introducido a México por estas tiendas.
La técnica es simple: colocar de forma sugerente y concienzuda la mercancía en vitrinas bellamente decoradas e iluminadas, dejando visible al exterior el arreglo por medio de un vidrio transparente.
La forma en cómo la luz exacerbaba la belleza de la ropa, hacía más apetitosas las golosinas y confites, daba lustre a los muebles y cómo ésta rebotaba en el cristal a semejanza de un “lago sólido” fascinaba tanto a la sociedad capitalina que los transeúntes se volvían auténticas luciérnagas buscando la luz en una lámpara, solamente separando el preciado “fluido lumínico” del exterior por el frágil vidrio transparente. A la fecha, en la Ciudad de México, aún sucede este fenómeno en calles como 20 de Noviembre, con los únicos dos almacenes de la época que sobrevivieron al siglo XX, o también en Francisco I. Madero, en los centros joyeros y tiendas actuales de música, ropa o cafeterías y restaurantes, de quienes nos ocuparemos ahora.
Cafeterías y restaurantes
Anteriormente, los lugares como restaurantes y fondas estaban limitadas a las horas de sol y servían la merienda acostumbrada a las 6 de la tarde, pero la irrupción de la luz consiguió que, como hemos revisado antes, rompiera el orden en que incluso la comida se servía, dando origen a que las horas reuniones o comidas elegantes fueran trasladadas de horario hacia el anochecer.
Restaurantes famosos como La Maison Doreé y El Fulcheri , además de cafés como El Sylvain, La Chez Mountaudon, El Café de París, El Café Colón, El Tívoli Central, La Bella Unión, El Bazar y La Concordia llegaron a ser muy reconocidos en la ciudad debido a su gran bullicio y sobre todo, porque estos comercios osaron romper con la sencillez del giro de alimentos, pues la iluminación, al igual que en los grandes almacenes, siempre jugaba de manera exuberante con el cristal.
A diferencia de los grandes almacenes, los cafés y restaurantes llamaban la atención de sus clientes con el diseño interior, integrando a éste espejos de cuerpo entero en las columnas y muros y luminarias tipo candelabros, que hacían un lugar perfecto de reuniones sociales que, en ocasiones, incomodaban a la sociedad antigua de la época, tachando de “inmoral y grosera” la cantidad de gente que se podía llegar a congregar y la “molestosa luz” que tenían, dado que para la época, hay que recordar que se competía por ver qué negocios tenían más lámparas eléctricas y a mayor número de focos, mayor era el renombre y el estatus, además de una mayor cuenta de servicio eléctrico.
Los oscuros olvidados
Es cierto que todo lo que hemos expuesto hasta ahora sólo podía costearlo la clase alta y media de la sociedad mexicana de inicios del siglo XX, pero es importante mencionar que la clase baja, que era mayoría en el México del porfiriato, poco podía deleitarse con la innovación tecnológica del momento. Si bien, los pobres no podían tener acceso a la electricidad propia en sus casas y debían seguir usando lámparas de gas y velas, la población se juntaba alrededor de los primeros alumbrados públicos en los barrios de San Ángel, Mixcoac y Tlalpan y posteriormente hacia otras partes de la capital en el recién nacido nuevo orden del día, que alargaba las jornadas hasta las 10 de la noche, pero que juntaba a ricos y pobres como agua y aceite, sin haber mucha conciencia del gran esfuerzo que tuvieron que hacer muchos trabajadores en la presa de Necaxa y, en lo sucesivo, en otras plantas para que la ciudad no quedase a oscuras de nuevo.








En la siguiente y última entrega de esta nota, revisaremos más a fondo los trabajos realizados en la presa de Necaxa, el proceso realizado para llevar la energía eléctrica desde la lejana planta hasta la capital y de la situación que orilló a que la revolución mexicana también supusiera una revolución de la iluminación.
Para esta entrega, la principal fuente consultada fue el libro Candil de la calle, oscuridad de su casa. La iluminación en la Ciudad de México durante el porfiriato, de Lillian Briseño, así como imágenes de la Hemeroteca Nacional Digital de México, perteneciente a la Universidad Nacional Autónoma de México y a imágenes del archivo digital de Siemens.