El 30 de diciembre de 2011 murió Ricardo Legorreta Vilchis, uno de los grandes profesionales y emblema de la arquitectura del México actual y cuya trayectoria es reconocida internacionalmente; Iluminet lamenta la sensible pérdida.
Uno de los diseñadores de iluminación que trabajó en diversas obras con el arquitecto Legorreta es Enrique Quintero, amigo de Iluminet, quien comparte unas palabras con nuestros lectores sobre su relación con el ilustre coterráneo recién fallecido y quien en septiembre de 2011 fue reconocido con el doctorado Honoris Causa por parte de la UNAM.
Debo decir que teniendo una profesión de diseñador de iluminación (la cual es relativamente nueva) encuentro difícil tener una perspectiva clara de saber si mi trabajo está bien hecho, ya que los antecedentes son pocos y las personas autorizadas para decirme si está bien o mal escasean; sin embargo, el trato que tuve con el arquitecto Legorreta fue sin duda un parámetro y termómetro a lo largo de los proyectos en donde tuve la oportunidad de colaborar en lo que se debe hacer en iluminación.
El tono y la personalidad del arquitecto eran para mi una firma que queda en mi memoria, la traigo a menudo al presente para valorar y saber qué hacer en mi trabajo. Afortunadamente él no tenía pelos en la lengua y con una prosa directa y firme decía lo que pensaba y confirmaba lo que para él era el trabajo arquitectónico: la entrega total, sin concesiones a la arquitectura, como un apostolado.
Estaba trabajando en el diseño del museo del sitio en el Parque Bicentenario, que aún no termina y se construye; nos citaron en el despacho de Legorreta +Legorreta, estarían revisando la museografía y la iluminación de dicho museo. Como acostumbraban estaban los dos Legorreta, padre e hijo, en la cabecera de la mesa de la sala de juntas, la cual es un ícono de la arquitectura interior. Expusieron su trabajo primeramente los museógrafos, que, vestidos para la solemne ocasión presentaron en un video de manufactura perfecta los diseños museográficos y alcances; la presentación fue muy fluida, dinámica y profesional, cada uno de ellos se comportó con mucha seguridad exponiendo sus conceptos los que a primera vista se veían impecables y precisos, todo en la presentación se antojaba perfecta. Mientras yo, atisbando observaba las expresiones del arquitecto Legorreta quien, sereno y serio veía con atención todo el performance.
Terminaron y Ricardo le preguntó a su hijo si quería empezar a comentar esta primera sesión, a lo que Victor contestó “prefiero que seas tú el que empiece”, cediéndole la palabra. De esta manera el arquitecto, el jefe, el ícono e ídolo personal, se acomodó, como para dar un ultimátum, sabiendo que cada palabra suya sería un discurso definitivo, y habló como acostumbraba, sin tapujos:
— Esto es una porquería — dijo.
El asombro en todos fue evidente, mientras explicaba su tesis claramente:
— Este trabajo no está considerando la arquitectura —, como diciendo que la presentación sin un sustento arquitectónico caía en un pecado mortal.
Victor Legorreta siguió en el tono de su padre haciendo equipo con él, con una sincronía que adquirieron a través del el tiempo haciendo patente que su relación familiar y profesional los unía como si fueran una sola persona.
En ese momento sentí mis planos bajo mi mano, que habían estado trabajados a mano, con lápiz y plumón, a manera de croquis. Distancia había y mucha de la presentación que había visto y sentí un ligero temor, que conforme avanzaba la junta se tornaba en pánico. Victor comentó a los museógrafos que tenían que empezar de cero y que lo deberían hacer con rapidez debido al poco tiempo que se tenía para entregar a tiempo el proyecto completo; en eso, volteó a verme y dijo:
— Veremos entonces el diseño de iluminación.
Yo inicié, disimulando el temblor en mis manos y comencé a describir el diseño que tenía en los planos esbozados a lápiz. Ricardo lo vió y en segundos dijo:
— Bien, estás poniendo un sistema de rieles que se acomodan en los entretejes, respetando la arquitectura y los colocas en las trabes aparentes de la cubierta. Bien, muy bien.
Sin dejarme terminar mi discurso que solo había constado de tres citas, sabiendo leer los dibujos concluyó:
— Así es como se debe trabajar; correcto, que se termine el diseño ejecutivo, gracias.
Me extendió la mano y salí de ahí como si flotara, guardando para siempre ese momento. La lección era clara: el concepto a lápiz con una buena idea es fundamental.
Este suceso describe la personalidad de un hombre que admiro y seguiré admirando, de aquel hombre alto y fuerte, a quien se le veía aún más por la personalidad tan poderosa y magnética que proyectaba, un hombre de voz clara que no daba lugar a dudas. Viendo como era, como se movía y que con una mirada decía más de lo que pudiera decir con palabras, él ha dejado en mí, como seguramente en muchísimas personas, un espacio vacío con su muerte, que sabiendo lo que deja en sus muros, catenarias y colores sigue vivo en nuestros corazones.
Descanse en paz el árbol de tronco fuerte y sabio, el arquitecto Ricardo Legorreta.

Enrique Quintero, diseñador de iluminación.
La introducción no tiene enlace con la narración, hay que separar eso porque si no no se lee bien. La primera imagen de Legorreta no me gusta demasiado, mal escogida, pero la narrativa del arquitecto es muy interesante y vale la pena el artículo por ello.