
Por Torrescof
Hay algo de especial en las diversas representaciones que se manifiestan por medio del arte. Desde la relevancia que el observar tiene sobre la percepción de cada persona, hasta la sensibilidad encontrada en la materialidad del espacio que nos rodea.
A lo largo del tiempo, el color ha sido fundamental para el desenvolvimiento humano en sus múltiples entornos que envuelven su realidad temporal y espacial. Debido a que el color es una expresión de la luz percibida de distintas maneras, gracias a la sensibilidad afectiva que cada humano tiene con el mundo.




En este sentido, la forma en la que se expresa la luz denota una amplia gama de tonalidades que el ojo puede captar y lograr diferenciar dentro del círculo cromático. Sin embargo, el color ofrece un diálogo con el espacio que los cuerpos integran, generando las formas que crean la realidad en la cual vivimos.




Las sensaciones que el color puede provocar en los seres vivos han servido de inspiración en la producción de una infinidad de posibilidades tanto en el arte, la arquitectura, el diseño, la moda, entre otros. Dicho lo anterior, el artista estadounidense James Turrell, a lo largo de su trayectoria artística, ha desarrollado una serie de propuestas que llevan el color al límite, experimentando con el espacio de los diversos repositorios culturales donde se han expuesto sus tan distinguidas instalaciones de luz.






Al entablar diálogo con las instalaciones de Turrell, la sensibilidad cobra protagonismo desde el momento en el que el ojo percibe una mínima distancia entre su cuerpo y la luz, haciendo de ésta, una experiencia espiritual. Ya que el artista juega con la pupila del espectador, por medio de las formas que integra en los diferentes ángulos del espacio, generando un ambiente que simula un atardecer poético sumergido en un cubo blanco y pulcro.


Los afectos que los colores tienden a provocar en los humanos, suelen ir acompañados de la nostalgia impregnada en la memoria del cuerpo, la cual se desplaza por el largo camino recorrido que es la vida misma. Es así como las instalaciones de Turrell hacen de un espacio una experiencia sensorial, que alude a la sensibilidad desembocada por los paisajes líricos que permanecieron en el rabillo del ojo.