Seguramente todas las personas a las que nos apasiona la luz hemos visto alguna vez imágenes de antiguas lámparas con formas extrañas que emiten luz de diferentes colores. Todas son únicas y llamativas, y probablemente se trate de los tubos inventados por Heinrich Geissler.
Geissler nació en 1815 en Igelshieb, un pequeño pueblo de Turingia, Alemania, en una familia que durante generaciones había sido de sopladores de vidrio. De joven, Heinrich (que también era un virtuoso en el oficio) viajaba por Alemania vendiendo los termómetros y barómetros que fabricaba su padre. Pronto inauguró en Bonn una tienda en la que vendía instrumentos para físicos y químicos que alcanzó una gran notoriedad. También se interesó por la física experimental, campo en el que alcanzó importantes logros, como la creación de una bomba de vacío que superaba a sus predecesoras, como la fabricada por Boyle.
Retomando las investigaciones llevadas a cabo por Torricelli en el siglo XVII, Geissler consiguió una bomba de vacío que podía ser utilizada directamente en los tubos de vidrio, pudiendo trabajar así con gases a baja presión. Su experimentación con el vacío en tubos de vidrio soplado dio un paso más allá cuando añadió diversos gases enrarecidos (a muy baja presión) a los que aplicó una diferencia de potencial, produciéndose así el fenómeno de la luminiscencia.
Los tubos de Geissler se muestran complejos y diversos en cuanto a la forma, pues también emiten luz de muy diferentes colores según el vidrio utilizado en cada uno de ellos. Pronto se comercializaron principalmente con fines experimentales. En España fueron producidos en la fábrica de Piedrablanca (Ciudad Real) del ingeniero eléctrico Mónico Sánchez (famoso también por haber sido el inventor de una máquina de rayos X portátil) y su fabricación y distribución fueron notorias hasta que comenzó la Guerra Civil Española.
Estos experimentos y hallazgos (y sus precedentes) fueron pasos decisivos encaminados hacia el desarrollo de otros dispositivos y fuentes de luz que nos resultan más cercanas:
“Los efectos asociados a la descarga eléctrica en gases a baja presión cautivaron la atención de muchos científicos a lo largo del siglo XIX, especialmente en su último cuarto, cuando las investigaciones en este ámbito se intensificaron y propiciaron dos de los grandes descubrimientos de la centuria: el electrón y los rayos X. Hoy reconocemos, entre las múltiples utilidades prácticas de los tubos de vacío, todo tipo de dispositivos electrónicos, los tubos de rayos catódicos que tenían los televisores convencionales, los tubos fluorescentes de neón o las bombillas de bajo consumo”. (Rosa Martín Latorre, Departamento de Actividades del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología, Publicación OFF/ON).
En España, el MUNCYT (Museo Nacional de Ciencia y Tecnología) cuenta en sus fondos con 310 piezas provenientes del Laboratorio Eléctrico Sánchez, entre las que hay numerosos tubos de Geissler, así como también tubos de Crookes e incluso el generador portátil de rayos X de Mónico Sánchez.
[box]Alejandra Montemayor Suárez es titulada superior en Arte Dramático especialidad Escenografía; tiene un máster en Diseño de Iluminación Arquitectónica por la Universidad Politécnica de Madrid y otro máster en Artes Escénicas por la Universidad de Vigo. Como iluminadora ha trabajado con diferentes compañías teatrales, así como en galas y eventos; como escenógrafa ganó el Premio Teatro Joven de Sevilla en 2008. Ha colaborado redactando el capítulo sobre Iluminación Teatral para el Libro Blanco del Comité Español de Iluminación. Realiza el doctorado en Arte Contemporáneo en la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra y está desarrollando y codirigiendo un proyecto que relaciona música electrónica, control e improvisación de la luz, en el que se encarga del diseño y ejecución de la iluminación[/box]