
A pesar de que el teatro es un arte efímero condenado a morir al tiempo de nacer, hay creaciones escénicas que son recordadas a lo largo del tiempo tanto por su calidad como por su carácter universal; una de ellas es la pieza Eonnagata, una extraña joya a caballo entre el teatro y la danza que vio la luz (nunca mejor dicho) por primera vez en el año 2009, y cuyos creadores, a pesar de que trabajan en diferentes campos dentro del mundo de las artes escénicas y la danza, consideran la luz como un elemento de vital importancia sobre las tablas, casi al mismo nivel que podría estar un actor.
Eonnagata fue concebida y llevada a cabo por el director (y actor, escenógrafo, etc) Robert Lepage, el bailarín y coreógrafo Russell Maliphant y la bailarina Sylvie Guillem. A este equipo se sumó el iluminador Michael Hulls y el diseñador de moda Alexander McQueen. El término “eonnagata” es una fusión entre el Caballero de Eon (uno de los nombres con el que se conocía a Charles de Beaumont, militar y espía que murió en el siglo XIX sin que se haya llegado a determinar nunca si fue una mujer o un hombre) y “onnagata”, término que en el teatro Kabuki hace referencia al actor que interpreta a una mujer. La trama se centra en este caso en la posibilidad de que el Caballero de Eon, que también fue conocido como Mademoiselle Beaumont, fuese ambas cosas a la vez. Y a partir de esta idea se desarrolla una pieza en la que la danza, las artes marciales, el espacio sonoro y la luz tienen una importancia capital.
Robert Lepage nunca deja indiferente y nunca deja de sorprender. En cada una de sus producciones la luz es un elemento más, que incluye desde el primer ensayo. Sería imposible pensar en una escenografía y una dirección trabajada por él en las que la iluminación llegase al término de encajar todo lo demás. La luz está siempre presente, desde el principio, e insiste en ella década tras década. A veces se le ha acusado de ser demasiado tecnológico, sin embargo la tecnología no supera lo que cuenta o lo que expresa en el escenario. Son reveladoras sus palabras en relación a la iluminación escénica:
Para mí es una simple herramienta que debe contribuir a narrar la historia de la mejor manera posible. El uso de la tecnología para mí es algo que me retrotrae a los orígenes del teatro, a la narración oral de historias. Es el fuego que iluminaba al cuentacuentos en la cueva mientras el público permanecía en la oscuridad. Y cada historia requiere una intensidad de luz precisa. Por eso hay que tener mucho cuidado con el fuego, con la tecnología, porque debe iluminar pero sin llegar a quemar el espectáculo y al público. – (Entrevista de Alberto Ojeda a Lepage publicada en “El Cultural” el 4 de mayo de 2012).
La luz en Eonnagata es desde difusa, cálida y dorada hasta dura y recortada; permanece envolviendo a los actores o se mueve acompañando sus movimientos. Russell Maliphant, coreógrafo británico considerado como uno de los más importantes en la actualidad, no entiende el movimiento sin la luz, y es por ello que trabaja desde hace dos décadas con el iluminador Michael Hulls; juntos elaboran piezas en las que el espacio sonoro, la luz y el movimiento crean una simbiosis perfecta, como en el caso de Eonnagata. Cuando Maliphant baila bajo la luz creada por Hulls, este último siente que “podía bailar en el borde de una luz y bailaba de una manera determinada que sería diferente a la forma en la que bailaría si estuviese en el medio de esa luz. Como alguien que hace luz, creo que es genial. Hay una especie de diálogo”.
En ese profundo diálogo interviene también la bailarina Sylvie Guillem; proveniente de la danza clásica, se acercó a la danza contemporánea hasta sus últimas consecuencias expresivas, y utilizó todos los elementos circundantes a su propia expresividad como otras herramientas en las que apoyarse, y en el caso de la luz, con las que fusionarse. Guillem, quien anunció su retirada de los escenarios hace dos años, interactuó con la luz no solo en Eonnagata, sino en cada una de las piezas en las que participó, utilizándola para desvelar y ocultar, para buscar volumetrías que apoyaran a sus movimientos perfectos; porque la danza no se trata solo del propio cuerpo, sino de cómo este se relaciona con el espacio, y el espacio se crea por medio de las luces, las sombras y el movimiento.
Luces, sombras, movimientos, posiciones y direcciones de la luz parece que fueron determinantes a la hora de que Alexander McQueen diseñara el vestuario. Una falda ligera parece flotar en el cuerpo de Guillem cuando es iluminada frontalmente, pero al surgir una luz de contra, el tejido se vuelve transparente y revela una estructura ahuecadora rígida y opaca. Un abanico bajo esta misma luz la refleja y la transmite casi a partes iguales, según los movimientos del cuerpo de Lepage, y focaliza la atención en su cabeza mientras la separa del fondo y deja en sombra la cara, confiriéndole toda la expresividad a la interactuación del actor con la luz. La luz consigue opacidades, transparencias y texturas muy diferentes de un mismo tejido. Es el resultado de tratarla como a un elemento más que está para expresar y desvelar, y no solo para sorprender o tan solo alumbrar.

Parte del encanto del teatro y de la danza es, como decíamos al principio, su carácter efímero. Aunque hay algunas piezas como Eonnagata que seguro que muchos, volverían a ver sin duda. Quizás tenga mucho que ver en ello la magia de la luz.
Alejandra Montemayor Suárez Septiembre de 2017
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