Por Mayte Arquer
¿Tendrá el cabello lacio o rizado? ¿Le gustarán los deportes o la atraerá más la ciencia? ¿Será pianista como su bisabuela? ¿Gozará de buena salud? ¿Tendrá mi mirada?… Después de un rato de jugar a preguntarle a la vida, la conclusión es siempre la misma: ¡Quiero conocerte, y sin importar cómo seas, ya te amo y te amaré siempre! Esa mujer, con un embarazo de 7 meses, sabe lo que siente, pero sólo puede jugar a adivinar las características que tiene y tendrá su bebé; no lo ha visto todavía, no lo conoce realmente… lo empezará a hacer el día que dé A LUZ.
Para entender la expresión “Dar a luz” hay que analizar la palabra de la que deriva: ALUMBRAR. Ésta, al igual que la palabra ILUMINAR, procede del étimo latino illumināre, de in- y lumen. Como es común en los idiomas y lenguas, hay palabras que evolucionan diacrónicamente y generan dos palabras distintas, en algunos casos una de ellas desaparece al caer en desuso, pero en otros casos ambas coexisten con un matiz semántico propio. En el caso de alumbrar, la palabra coincide conceptualmente con muchos aspectos de iluminar. Sin embargo, ha conseguido producir desarrollos propios, funcionales.

Iluminar, en un núcleo semántico, significa “proyectar luz”, ya sea a través de una luz propia o por medio de otro elemento que irradie luz. Sin embargo, en un concepto metafórico la palabra ILUMINAR trasciende a un plano metafísico, filosófico o espiritual, en donde la luz es sinónimo del «bien», de la «verdad» o de la «adquisición de entendimiento».
Alumbrar, coincide completamente con el uso prototípico de iluminar, que es “proyectar luz sobre un cuerpo”, también comparte extensiones semánticas en la que el verbo se desliza al terreno de lo epistémico, significando «aclarar» o «explicar». Ahora, la palabra alumbrar, como se mencionó anteriormente, desarrolló dominios semánticos propios, vinculados con una metáfora conceptual muy específica que tiene relación con la LUZ como ORIGEN (2), al indicar a esta, de manera natural, como vida e indicar existencia. Y en este punto, es en el que alumbrar va estrechamente ligado al acto de «parir» o «dar a luz».
Esa transición en la que el bebé pasa de la oscuridad del vientre a la luz exterior (proyectar luz en un cuerpo); el momento en que una madre ve por primera vez a su hijo (conocimiento y adquisición de entendimiento); ese preciso instante en el que se comprende el significado de “amor de madre” (se vuelve tu verdad); ese cuadro que se queda tatuado en lo más profundo de tu esencia, en el que cuerpo, mente y alma convergieron para dar paso a una vida ya independiente (origen) y en contexto religioso “libre de pecado” (bien); alumbrar a un hijo indica hacer que tenga luz, es decir, que su existencia sea evidente e incuestionable (2).
Así, la pura expresión “Dar a luz” se extiende mucho más allá del acto de solo parir y principia un vínculo directo entre la LUZ y la MATERNIDAD. Esta relación permea más allá de una expresión y del campo espíritu–emocional y lo podemos observar en un ámbito físico biológico tanto de la madre como del bebé.
¿Qué pasa físicamente en el cuerpo de la mujer en trabajo de parto? Entender de fondo y respetar esto, llevará a una importante reducción del riesgo de complicaciones, de secuelas obstétricas, el tiempo de permanencia en el hospital, la tasa de ingresos en cuidados de neonatología y la psicopatología posparto; cabe aclarar que no es una regla y existen excepciones.
En un entendimiento biológico, el cuerpo genera hormonas y para el trabajo de parto se expondrá la producción de 2 de ellas: la adrenalina y la oxitocina. La adrenalina, popularmente más conocida, es la sustancia que segrega el cuerpo cuando se siente en situaciones de peligro, miedo, alarma, estrés; cuando se produce esta hormona, se activa el sistema circulatorio, aumentando la frecuencia cardiaca, ciertamente mejorando la capacidad respiratoria al dilatar los bronquios, se tensan los músculos y se contraen los vasos sanguíneos, disminuyendo la actividad de ciertos órganos, incluyendo el útero.




Por su parte la oxitocina se produce por los núcleos supraóptico y paraventricular del hipotálamo y la segrega el cuerpo tras la distención del cuello uterino y en situaciones en las que el cuerpo tiene sensaciones altamente agradables, por eso se le conoce como la hormona del amor; la oxitocina disminuye la actividad del sistema nervioso simpático induciendo así efectos como baja tensión arterial, ritmo cardiaco, promueve un incremento del umbral del dolor, ayuda a la termorregulación, reduce la excreción de orina, estimula la producción de leche materna, acelera la coagulación y ayuda en la dilatación del cervix.
Si se produce adrenalina, se bloquea la secreción de oxitocina por lo que hay que procurar que el entorno de la mujer sea confortable física y psicológicamente, ahí entra la luz como una pieza clave. Al atenuar la intensidad lumínica, se reducen los estímulos visuales y a su vez esto disminuye la actividad del Neocortex, que es la parte más “racional” del cerebro y empieza a actuar más la parte fisiológica y primitiva de la madre provocando que las necesidades sean más obvias.




En el parto, tal como en el ámbito sexual, el exceso de luz expone y muestra vulnerable, pudiendo ser objeto de miradas y juicios manteniendo a la persona estresada o en estado de alerta y produciendo adrenalina, mientras que una luz contenida y tenue invita a la intimidad, en donde la vista no es el sentido principal, entran en juego de manera más activa el sentido del oído, del olfato y por supuesto el tacto pudiendo hacer de ese momento una experiencia más placentera y natural.
En el caso del bebé, tanto en el momento del nacimiento como en la etapa neonatológica, la luz es nuevamente una pieza clave fungiendo como puente entre una penumbra del vientre materno y el mundo exterior, esta transición puede ser altamente contrastante generando incomodidad inmediata o bien siendo una transición suave que acompaña y no forza.
Y así la luz es un íntimo acompañante de la maternidad, desde el trabajo de parto, pasando por el alumbramiento; procurando la adaptación al mundo; estando presente en esos baños de sol necesarios para producir vitamina D; acompañando, en aquellos primeros meses de desvelo, en la regulación del reloj biológico; guía en el camino al baño, cuando se atraviesa la etapa de control de esfínteres; ayuda a fortalecer los vínculos en aquellas noches con pesadillas y terrores nocturnos; la luz es pieza clave en la disciplina y creación de rutinas que provocan hábitos y forjan carácter.
La luz nos acompaña en este recorrido y más aún cuando, a nuestra mirada, los hijos se convierten en esa luz que guía y encausa nuestra propia vida y, que al final con el pasar del tiempo, nos hace llegar a la misma conclusión: ¡ya te amo y te amaré por siempre!
Bibliografía:
• Fernández Jaén Jorge, «Verbos de percepción sensorial en español: una clasificación cognitiva», Interlingüística, 2006, XVI, p. 1-14
• (2) Hilde Hanegreefs and Jorge Fernández Jaén, Conceptualización de la luz en verbos derivados de lumen, Open Edition Journals, p. 307-343. https://doi.org/10.4000/bulletinhispanique.1881
• Real Academia de la lengua (RAE).
• Michel Odent extraído de «La vida fetal, el nacimiento y el futuro de la humanidad», Ed. Obstare. Traducción: Liliana Lammers https://www.elpartoesnuestro.es/informacion/parto/la-importancia-del-entorno
• Michel Odent, “El nacimiento de los mamíferos humanos.” Instituto Europeo de Salud Mental. https://saludmentalperinatal.es/2017/04/30/el-nacimiento-de-los-mamiferos-humanos-michel-odent/
• Olde E, van der Hart O, Kleber RJ, van Son MJ, Wijnen HA, Pop VJ. “Peritraumatic dissociation and emotions as predictors of PTSD symptoms following childbirth”. J Trauma Dissociation. 2005.
http://igitur-archive.library.uu.nl/fss/2006-1214-201023/Olde%20peritraumatic%20dissociation.pdf
• Kerstin Uvnäs Moberg. Oxitocina. La hormona de la calma, el amor y la sanación. Ediciones Obelisco