Desde el momento en que la humanidad fue capaz de cuestionarse su entorno, toda manifestación de la naturaleza contenía una razón y propósito, algunas veces mágico otras tantas místico. En cuanto a los cuestionamientos sobre qué era la luz, su sombra, sus reflejos y la visión de estos, permitieron que los pensadores de la antigüedad crearan de una serie de argumentos e hipótesis que ahora pueden resultar descabelladas pero en su momento poseían toda lógica.
Recordemos que si se desea comprender de forma más amplia estas ideas, hay que tener presente que la filosofía y la ciencia no eran disciplinas separadas como en la actualidad, a grandes rasgos consideraban que las ideas y los fenómenos de la naturaleza tenían un mismo origen. De igual modo, tampoco tenían un método experimental como tal, era más bien un proceso de razonamiento lógico a partir de la observación.
La primera documentación que se tiene sobre el concepto de luz y visión proviene de las escuelas de filosofía griega hace más de dos mil años con Empédocles de Agrigento en el siglo V a.C.
Él postulaba que todo ente en el universo estaba compuesto por cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego, los cuales se unían a través de la fuerza del amor, y en el caso particular de la creación de los ojos explicaba que la diosa Afrodita había encendido una llama especial que brillaba hacia el exterior. De esta forma la visión era posible a través de los rayos (o tentáculos) que emanaban de los ojos y tocaban los objetos donde se fijaba la vista. Esta propuesta fue conocida como teoría de la emisión o extromisión.
Para confirmar estas ideas, agregaba que al mirar a los ojos de un gato se podían ver dos discos brillantes debido a que sus fuegos oculares eran más poderosos que el de los humanos. De igual forma, consideraba que unas personas veían mejor que otras ya que su fuego interior era más intenso.
Por lo tanto, ya que todos los seres vivientes tenían ese fuego interno, Empédocles creía que también lo poseían el sol, la luna o cualquier objeto que desprendiera luz, mismos que al ser observados, su luz viajaba en linea recta hasta los objetos y cuando estos recibían sus rayos emitían en respuesta los suyos propios.
Contraria a las hipótesis de emisión, se encontraban las propuestas atomistas que consideraban que toda la materia estaba hecha de átomos como su unidad más pequeña e indivisible.
Personajes como Demócrito de Abdera, Leucipo o Epicuro descartaron la idea del fuego ocular y en su lugar imaginaron delgadas capas de átomos viajando del objeto al ojo. En otras palabras, la capacidad de observación era posible gracias a la proyección etérea de las partículas provenientes de los objetos (conocidas como eidolas o efigies) las cuales transmitían toda la información necesaria para reconocer la forma y los colores de los cuerpos y era entonces el alma quien interpretaba lo que había captado el ojo. Como prueba de esta partículas proyectadas eran justamente las imágenes que se reflejan en la pupila de los ojos.
A esta propuesta se le conoció como teoría de la intromisión, la cual también sugirió que solo bastaba una pequeña parte de esta efigie para reconocer todas las propiedades de un objeto al igual que la dureza de una piedra grande puede inferirse al tocar solo una pequeña parte de ella.
Dos siglos después, Euclides (más conocido por sus trabajos de geometría) realizó también una obra enfocada en los fenómenos de la visión pero con un enfoque matemático. En su tratado sobre óptica expresa que el ojo solo ve los objetos que están dentro de su cono visual, mismo que está formado por rayos o líneas rectas que pueden llegar a ser muy delgadas, razón por la que hay mayor dificultad al ver objetos pequeños, esto también explicaba los niveles de nitidez de los objetos dependiendo de la distancia en la que se encuentraba el observador.
Asímismo, cuestionó el trabajo de Empédocles al preguntarse por qué uno ve las estrellas de inmediato al cerrar y abrir los ojos si se encuentran bastante lejos. Esto implicaba que los rayos del “fuego interno” necesitaban un lapso de tiempo para llegar a ellas y así poder observarlas, cosa que obviamente no sucedía. Por lo que concluyó que la visión no era producto de la interacción del fuego en los ojos, o que la luz viajaba de manera instantánea.
Muchos otros filósofos, matemáticos y hasta poetas tuvieron algo que decir sobre la naturaleza de la luz y las cualidades de su observación, incluso sobre ciertas características más específicas como su capacidad de refracción o reflexión.
Todas estas ideas fueron la base para estudios posteriores, como en el caso de Al Hazen en la Edad Media y más adelante con Isaac Newton o Christiaan Huygens, quienes ya poseían la necesidad de un proceso metódico y comprobable para confirmar cada una de sus propuestas.
Cabe aclarar que esto no demerita ni un poco el proceso de razonamiento de sus predecesores. En su momento fue más necesario que surgieran estas preguntas que la veracidad de sus respuestas, ya que significó el banderazo de salida en la carrera por la comprensión de todo lo que nos rodea.
FUENTES
A history of Optics from Greek Antiquity to the Nineteenth Century
Origenes de la luz y la óptica
Las matemáticas de la luz: Empédocles y Demócrito