Es curioso lo poco que, en general, se piensa en la luz en el día a día, en un sentido estricto de pensamiento sobre el objeto en cuestión. En las dos últimas décadas comenzaron a desarrollarse con mayor celeridad y dedicación formaciones específicas en diferentes ámbitos de la iluminación, pero siempre como estudios muy concretos.

Sin embargo, en el colegio, en las enseñanzas medias y estudios previos a cualquier carrera o especialización, apenas se contempla hablar de la luz. Se les habla a estos estudiantes sobre el color pigmento, ¿quién no ha hecho un círculo cromático con la síntesis sustractiva?, ¿acaso alguien nos habla con tanto detalle de la aditiva? Pero nunca les pedimos que se paren a observar la temperatura de color y el ambiente que les rodea, que en definitiva es lo que marca nuestro estar en el mundo, la manera en que lo percibimos.
En general, aunque salvando honrosas excepciones, si en las aulas de historia del arte de los colegios se habla de la luz, es casi únicamente para mencionar a Caravaggio, y a los impresionistas en el mejor de los casos, aunque frecuentemente solo para enseñar las palabras “tenebrismo”, “claroscuro”, o “captación del momento del día”, de una manera superficial. Pero también hubo luz en el Gótico.
Y mucho antes se pensó en la luz que hay entre los dos equinoccios cuando se proyectó el óculo del Panteón de Agripa. Y no pensaron igual sobre la luz los caravaggistas que la escuela de Utrecht. Y hubo pintores de diferentes escuelas y diferentes países que llegaron a conclusiones similares porque, sin haberse conocido, tuvieron una manera similar de sentir la luz, tal fue el caso de Anders Zorn y Joaquín Sorolla, quienes tuvieron una especial preocupación por los reflejos en el agua.
Un par de siglos antes, el recuperado George de la Tour se había interesado por las escenas nocturnas que tan distintamente trataría Nikolai Ge en el siglo XIX. También hubo revisiones en el siglo XX sobre la luz del Barroco, y fue cuando conocimos a Odd Nerdrum y después a otros como Luke Hillestad.




La luz ha sido una preocupación muy presente en la historia del arte, pero parece no trascender más allá del cuadro, y necesitamos que este entendimiento, esta admiración y este sentimiento tan único que nos regala, llegue con criterio a la vida cotidiana de las personas que no se dedican a ninguno de los campos de la iluminación.
En un mundo cada vez más rápido, en el que la pausa y la observación profunda parecen ser incluso molestos, en un mundo en el que un vídeo de 15 segundos nos resulta demasiado largo, se hace necesario pararse a reflexionar. Y a «mirar”, como decía John Berger en su libro. Necesitamos imperiosamente empaparnos de nuestro entorno, y ver los cambios, y recuperar los ciclos, y para ello es imprescindible que sintamos la luz que nos rodea, y que nos demos cuenta en lo mucho que influye en nuestra manera de estar en el mundo.




Quizás esta reflexión tenga un cierto cariz nostálgico, pero me resulta un poco triste cuando hablo con alguien cuyo único anhelo acerca de la luz es tener mucha cantidad, mucho color y mucho contraste y movimiento. La tecnología se desarrolla a un ritmo increíblemente rápido, pero frecuentemente pienso que estamos siendo fagocitados por la misma en algunos ámbitos, y que se ha perdido cierto gusto por la sutileza y esa intangibilidad de la que solo la luz es capaz: en ocasiones la tecnología en sí misma parece superar al diseño. Y ahí es cuando perdemos el criterio y cuando todo comienza a parecer un “más de lo mismo”.




Necesitamos volver a observar que la realidad es cambiante y que no hay solamente una, y que todo nuestro entorno fluctúa diariamente, que los seres y las cosas que nos rodean se mantienen a un nivel nuclear iguales a lo largo de un día, pero no así su apariencia, y eso es debido a la luz.




Y necesitamos que esto vuelva a importar. Que no vayamos buscando únicamente color y cambios rápidos sin criterio y que solo queramos rodearnos de esto y dejemos de ver lo demás. Porque, aunque a veces se haga necesario conseguir colores notablemente saturados que cambien rápidamente o altos niveles de iluminancia, no es lo único que hay. Recordemos que hay otros matices y otras realidades que podemos generar. Porque a pesar de tener un abanico de fuentes de luz más amplio que nunca, en ocasiones parece que todo empieza a ser excesivamente repetitivo en cuanto a los intereses y las búsquedas de lo que nos puede aportar la luz.
Galeano dijo en 1993: “estamos aquí desde que la belleza del Universo necesitó que alguien la viera”. Y con esta escalada y conquista de la luz, donde cada vez tenemos más luxes, cada vez tenemos más rendimiento, cada vez tenemos más de todo, casi 30 años después es la belleza del universo la que apenas se ve ya desde la Tierra.




[box] Alejandra Montemayor Suárez es titulada superior en Arte Dramático especialidad Escenografía; tiene un máster en Diseño de Iluminación Arquitectónica por la Universidad Politécnica de Madrid y otro máster en Artes Escénicas por la Universidad de Vigo. Como iluminadora ha trabajado con diferentes compañías teatrales, así como en galas y eventos; como escenógrafa ganó el Premio Teatro Joven de Sevilla en 2008. Ha colaborado redactando el capítulo sobre Iluminación Teatral para el Libro Blanco del Comité Español de Iluminación. Realiza el doctorado en Arte Contemporáneo en la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra y está desarrollando y codirigiendo un proyecto que relaciona música electrónica, control e improvisación de la luz, en el que se encarga del diseño y ejecución de la iluminación [/box]
¡Muchas gracias Alejandra! Qué buen artículo, comparto muchas de tus ideas y reflexiones. Ya te extrañábamos en Iluminet
Muchas gracias por el comentario! También me alegra estar de vuelta